Las Vías Verdes de los Montes de Hierro inician su trazado en la preciosa y recóndita estación de tren de Traslaviña de la actual línea de FEVE Bilbao-Santander. Nosotros lo haremos de Sopuerta, a donde llegamos en autobús o en coche. Echamos a caminar en el antiguo apeadero de Sopuerta, perteneciente a la extinta línea a Castro Urdiales. A un lado quedan los hornos de calcinación de la mina Santa Catalina. Por la izquierda una pista sube hasta el monte Alén. Llanea entre el arbolado, mayormente pinos y eucaliptos; deja atrás el cargadero de la presa de Jarralta para llegar a El Arenao, donde estaba el sifón que permitía vaciar las minas de Sopuerta, que desaguaba en el río Barbadún y quedaba teñido de rojo.En El Arenao, la Vía Verde del Alimoche conecta con la Ruta de las Ferrerías. Poco después está al antiguo puente del ferrocarril minero recuperado, que es ahora una pasarela de madera sobre la carretera. Más adelante, otra pasarela también de madera salva el río Barbadún y nos mete en un tramo arbolado hasta un túnel bajo la carretera frente al polígono industrial La Aceña (4 km). 500 metros más adelante está el área recreativa del mismo nombre, con servicios, mesas de picnic y un paseo fluvial alrededor del embalse formado donde estuvieron las minas Tardía y Berango. Es profundo y fangoso y está poblado de carpas de gran tamaño, según dicen.
Un hombre cruza uno de los puentes de la vía verde. / F. Gómez
Como curiosidad, merece la pena contar que también había una estación de tren donde paraban las líneas Sestao-Galdames y el ferrocarril Castro Urdiales-Traslaviña, ambas desaparecidas hace años. El polígono industrial está edificado sobre la escombrera de la mina Berango y un pequeño letrero indica la dirección al barrio de Urallaga. La subida es sencilla, una pista de grava y luego cemento que avanza por un bosque cerrado de eucaliptos. Llega a un rellano (0h.30') con varias casas, un abrevadero para ganado y sitio para aparcar.La pista se degrada con tramos sólo aptos para 4x4 hasta llegar a un depósito de agua. Desde ese punto hay una buena vista del valle de Galdames. Vamos hacia arriba por la pista en mal estado entre los eucaliptos, sustituido luego por un espectacular bosque autóctono de robles, fresnos, avellanos, acebos y grandes castaños. Al rato aparece el barrio de Urallaga. Poco queda de su pasado minero cuando tuvo casa, barracones mineros, una taberna famosa y una cooperativa reducida a ruinas. Ahora está ocupado por personas que no quieren visitantes. Además hay perros sueltos.
Marcas orientativas en el sendero. / Fernando Gómez
La fiesta de julio
Su fama viene de la romería de La Magdalena que se celebra cada 22 de julio. Ese día se produce la bajada de los romeros que vienen de La Arboleda. En ella participan jinetes sobre preciosos caballos enjaezados para la ocasión que realizan acrobacias y piruetas. Es una fiesta que cada año va a más. La cueva está próxima. El viejo camino entra en la espesura de encinas, robles, castaños, avellanos y serbales. Sube de manera sostenida y luego sale a terreno abierto. Frente a nosotros aparece el espectacular arco natural de Urallaga en la ladera del monte Grumerán. Es una boca de 33 metros de ancho y unos 15 de alto y servía de acceso a la explotación de hierro llamada Pepita, de la que mana el arroyo Eskatxabel. A la izquierda de la boca, adosada a la pared, está la ermita de Santa Magdalena, un edificio modesto con la puerta cerrada y una reja que permite ver la imagen. Fue restaurado en el año 1942, tras quedar arruinada durante la Guerra. En este caso tiempos pasados no fueron mejores. En 1906, durante una huelga un grupo de mineros anarquistas asaltó el templo y fusilaron la imagen de la virgen.En 1935, otro minero dinamitó la ermita porque había perdido una fortuna a las cartas. Cuentan que la capilla fue erigida por los padres de una chica de la zona que se quiso suicidar y fue salvada por la Santa. También cuentan la historia de un tal Tasio, que desapareció en un pozo de la mina. Antes había dejado la ropa plegada junto al hoyo.Pero lo que asusta de verdad es la historia del suicida Almanegra condenado a vivir eternamente en la oscuridad de la caverna. Cada anochecer se pasea por la entrada y luego desaparece. El famoso escritor Antonio Trueba, natural de Montellano, cuenta sus desventuras en su libro 'De flor en flor'. De día, los cuervos, grajos y palomas que anidan en el techo nos sorprenden con zureos, graznidos y silbidos reprobatorios. Al anochecer es otro cantar. Los murciélagos salen de caza a cientos. Los búhos ululan y el bosque se vuelve amenazador. Nos sacude un escalofrío. La silueta de Almanegra se perfila sobre el umbral ¿O es la chica de La Magdalena? Es hora de marcharse.
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