Quinto Real o Kintoa ha sido durante siglos el nexo de unión de las montañas de las dos navarras, una especie de tierra de nadie entre los valles de Baztán, Erro y el francés de Alduides. Sus bosques y prados han sido motivo de constantes pleitos antes y después de la independencia de Navarra. No acabaron con el tratado de Elizondo, en 1785, que ignoró los usos y costumbres locales y despreció la geomorfología de la zona.
Cuando los baigorritanos (Francia) dejaron de pertenecer a la Navarra actual, los litigios por los pastos se agravaron y, para mantener el derecho a su disfrute en tiempo de bellota (desde San Miguel, en septiembre, a San Andrés, en noviembre), los ganaderos de Baigorri tuvieron que pagar un impuesto denominado 'la quinta' (un cerdo de cada cinco). Desde entonces, así se conoce a este inmenso bosque que acoge una rica fauna variada, incluidos los ciervos que en septiembre sorprenden al visitante con la berrea, la llamada de los machos en celo y el acontecimiento más importante que en los primeros días de otoño se da cita en Quinto Real.
En todo caso, éste es un espacio evocador. De disputas territoriales, del silencio del hayedo en el invierno, de los ciervos, corzos y gamos y las palomas en su pasa. Bosque de noche, de contrabandistas. De fábrica de armas, de guerras y emboscadas. Del ferrocarril de los Alduides, fantasía de la comunicación; 5.900 increíbles hectáreas pobladas de hayas, arces, acebo, boj, zorros, jabalíes, ciervos+ Y más en esta época otoñal, en la que los hayedos ofrecen en toda su riqueza mil y una tonalidades.
Su cota más importante es el Adi, uno de los pocos puntos donde los pastos ganan al bosque, esbelta y solitaria montaña que se eleva entre las cabeceras de los ríos Arga y Erro. Un excelente mirador del Pirineo navarro occidental en sus dos vertientes, situado sobre el valle bajonavarro de Urepel, casi mil metros más abajo, y, al sur, Eugi y su pantano.
La ruta de acceso más habitual empieza en el alto de Urkiaga, en la carretera entre Eugi y Francia. A la derecha (E) parte la pista de Esnezekaieta, en otro tiempo cerrada por un cadena que ha desaparecido, lo que permite hoy en día campar a sus anchas a los todoterreno de los cazadores. El camino no tiene pérdida y no hay más que seguirlo por el hayedo. La primera referencia es un collado con un par de palomeras (0h.15'). Después, tras perder ligeramente altura (0h.30'), un nuevo collado nos adentra en un alerzal que crece en medio del bosque de hayas.
Sin perder nunca el vial principal, tomaremos en una bifurcación (0h.40) la pista de la derecha, que cruza otro pequeño pinar de alerces y se aproxima a los praderíos del Adi. Accedemos a ellos a través de una puerta en la alambrada que separa los terrenos del Quinto Real (0h.55'). A la derecha se alzan las lomas herbosas del Adi, el tramo más exigente de la excursión, que remontaremos con parsimonia entre hierba y piedras junto a la valla hasta el cordal cimero.
Una vez arriba, una breve marcha por el redondeado cresterío nos sitúa en la cumbre, presidida por un gran vértice y restos de lo que en su día fueron buzones montañeros. Las vistas abarcan desde la costa cantábrica, tras el Larrun (O), hasta el Ori (E), el primer 'dosmil' de los Pirineos.